03 noviembre 2006

Pinchando a Vladimir el Empalador

Artículo publicado por N.Petro en Asian Times Online.

Entre los muchos pecados del presidente Vladimir Putin, seguramente el más intolerable es que se atreve a comparar a Rusia con Occidente. Está claro que ha olvidado el papel de Rusia en nuestra Narración de la civilización occidental: servir como ejemplo patético de todos los pecados que nosotros no hemos cometido. Putin ha cometido la temeridad de sugerir que Rusia y Occidente se enfrentan a problemas parecidos, y el descaro de pensar que occidente incluso podría aprender una cosa o dos de Rusia.

Es bastante comprensible que los medios de comunicación estadounidenses hayan respondido a tal insolencia con un “ecrasez l´infame” colectivo. Después de la cumbre del G-8 del 19 de julio, el venerable Times de Londres dijo amablemente a Putin que los occidentales no apreciaban sus ocurrencias sobre los escándalos que rodeaban a Lord Levy (recaudador de fondos del primer ministro Tony Blair, apodado “Lord Cashpoint”) o la democracia en Irak. “Un poco más de elegancia y menos orgullo,”, por favor, escribió The Times.

¡Escuche! Lo ultimo que necesitamos es oír hablar de corrupción, criminalidad y violencia en nuestros países. Lo próximo que descubrirá Putin sera el racismo en algún oscuro rincón de nuestras luminosas tierras y empezará a citar a Samuel Johnson: “¿Cómo es que oímos los mayores gritos de libertad entre los traficantes de esclavos negros?”

El editorial de The Times señaló bastante adecuadamente que era poco cortés por parte de Putin dar pábulo a tales absurdos. Según sabe toda persona educada, la seña de la verdadera educación es atacar a nuestro invitado en una cena privada en su honor, como lo hizo recientemente el presidente del parlamento europeo en la cumbre UE-Rusia en Lahti, Finlandia.

Según el diario italiano La Stampa, Borrell presentó a su invitado sarcásticamente, remarcando que “debemos agradecer a Putin que cerrara los gasoductos a Ucrania el pasado enero, porque eso nos ha permitido estar ahora aquí para hablar de energía”. De ahí pasó a sus preocupaciones por los derechos humanos, las ONG y la libertad de prensa (sólo en Rusia, por supuesto). “Compramos petróleo en países peores”, añadió con tristeza, “pero a ellos no les pedimos que compartan nuestros valores”.

¡Qué gracia y sutileza! Y qué coincidencia que estas observaciones en un evento en el que había periodistas fueron retiradas a tiempo de la prensa de la matinal.

Putin, sin embargo no ha aprendido todavía a quedarse sentado y mover su cabeza en señal de arrepentimiento. Primero admitió que también está preocupado por esos problemas, pero después añadió que seguramente Rusia no era el único país que tenía tales problemas. Qué decir de los recientes cargos contra varios alcaldes españoles y oh, por cierto, ”la mafia no ha nacido en Rusia”.

Se podía oír incluso el sonido de los tenedores sobre el fino mantel de lino. Los 25 líderes de la UE que se habían reunido aquella tarde con el presidente ruso apenas podían creer lo que estaban oyendo. Una vez más Putin había violado los principios cardinales de nuestras relaciones con Rusia al comparar sus problemas con los nuestros.

El peligro de tal comportamiento era evidente para todos. Si los problemas de Rusia se veían como comparables a los nuestros, entonces no se puede excluir a Rusia de las instituciones occidentales en base a su incompatibilidad cultural, ¿y qué más se ha perdido?

Militarmente, como todo el mundo sabe, Rusia es apenas una sombra de la Antigua Unión Soviética. Tiene tan poca capacidad de amenaza que cuando Georgia detuvo a cuatro militares rusos, el parlamento ruso respondió acelerando la retirada del resto de sus tropas. El ministro de defensa georgiano Irakli Okruashvilvi asegura ahora regularmente que Rusia intenta invadir su país.

Económicamente Rusia lo ha hecho mejor, pero sus inversiones en el extranjero todavía son comparables a las de Malasia. Como proveedor energético Rusia vende a Europa cerca de un cuarto de su gas natural, pero esto equivale a dos tercios de las exportaciones de gas rusas, de manera que en realidad Rusia es bastante más dependiente de sus consumidores europeos de lo que estos lo son de ella.
Las astutas recriminaciones de Putin suponen un peligro real y presente para occidente, poruq erosionan la distinción entre la identidad occidental y rusa, entre los valores occidentales y rusos, que son necesarias para salvaguardar la Unidad Occidental.
Si esta distinción desaparece, ¿en qué podremos basar nuestro miedo a Rusia? Si los debates internos rusos se asemejan a los nuestros, o si la prensa occidental empezara a informar sobre las áreas de similitud cultural, económica y política que existen entre Rusia y Occidente, pregunto, ¿cómo podremos mantener un sentido propio de la diferencia radical rusa?

¿Seremos capaces de distinguir entre los niveles perfectamente tolerables de corrupción, intolerancia y violencia de occidente y los niveles totalmente intolerables de Rusia? Cuando pensamos en Rusia no deberían nuestras políticas interna y externa aparecer de manera poco menos que ideal?

Se trata de una pendiente muy resbaladiza. Finalmente tales pensamientos llevarían a cuestiones sobre si los “valores occidentales” son realmente los mejores para todos los países y en todas las épocas. Deberíamos incluso perder el apocamiento para considerar la posibilidad de diálogo intercultural sobre el significado y utilidad política de términos tales como “democracia” y “derechos humanos”.

Siguiendo por este camino se pueden ver iniciativas multilaterales, basadas en definiciones mas incluyentes culturalemente de la democracia, en lugar de las estrategias ensayadas y practicadas de “cambio de regimen” y “educación en valores democráticos” promovidas por la administración Bush. ¡Dios nos libre!

Por eso es tan importante que la actitud engreída de Putin sea firmemente aplastada en cada occasion, y por lo que yo aplaudo a los medios de comunicación occidentales por su diligencia en esta tarea. Las alternativas son, simplemente, demasiado horribles.

Nicolai N Petro sirvió en el Departamento de Estado como asesor especial para la política sobre la URSS en la administración del presidente George HW Bush, y actualmente es profesor de política internacional en la universidad de Rhode Island

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