23 marzo 2016

A cuenta de los atentados de Bruselas



Ahora los atentados de Bruselas son un ataque contra todos, el terrorismo siempre es igual y demás frases vacías que están repitiendo. Pero parece que cuando los que mueren son otros las valoraciones son diferentes. A veces incluso, en el fondo, se lo tienen merecido. Y si no, veamos un editorial del periódico británico The Guardian, periódico progresista, algo así como El Pais (que por cierto, parece que otra vez es El País, con acento) tras un atentado terrorista en el metro de Moscú. 
Dan asco.

Rusia: calamidad similar, causas diferentes
La Guerra sucia de Rusia no ha terminado. Y a menudo el inocente es el primero en sufrir

Los paralelos están escritos en la sangre del inocente. En un día como cualquier otro terroristas suicidas han entrado en el sistema de metro de una gran ciudad europea a una hora punta. Entran en un tren abarrotado de viajeros y hacen detonar sus explosivos. El impacto es indiscriminado y letal, en muchos casos mortal, en otros cambia toda la vida. Por un momento el caos reina en la ciudad. Entonces aparecen las llamadas a la acción y a la venganza. Hace cinco años la ciudad fue Londres. Ayer por la mañana fue Moscú.
Lo que sucedió ayer en dos estaciones del metro de Moscú fue bárbaro. La violencia contra gente inocente es intolerable suceda donde suceda. Comprensiblemente hay un sentimiento de solidaridad entre aquellos que han sufrido ataques terroristas. Muchos habitantes de Londres conocen lo que acaban de experimentar muchos moscovitas. Países como Gran Bretaña, España y la India, que han librado largas y difíciles batalles contra sus propios terroristas, así como ataques letales en sus sistemas de transporte urbano tienen lecciones – tanto errores como aciertos -  que compartir con los rusos.
Nuestras sociedades se enfrentan a una calamidad similar. Pero no nos enfrentamos a un enemigo común. Es importante que no pretendamos otra cosa, sobre todo porque el mundo está lleno  de acciones indefendibles llevadas a cabo por los estados con diferentes grados de justificación en nombre de la lucha común contra el terrorismo. La mayor parte del terrorismo tiene raíces locales y no globales, y la mayoría de las soluciones también son locales. La lógica, si esa es la palabra correcta, de las bombas se basa en varios ataques previos durante la década pasada y en las respuestas de Moscú, a menudo despiadadas y ocasionamente incompetentes. Esto está basado en el amargo nexo de la relación de Moscú con sus territorios en el Cáucaso norte, una relación que se extiende más allá de la época soviética hasta la era imperial. La elección de los portadores de la bomba de la estación de metro Lubyanka, bajo la sede de los servicios de seguridad del FSB,  fue seguramente un objetivo deliberado.
Al menos las bombas de ayer cuestionan la pretensión rusa de haber sofocado a las insurgencias en el Cáucaso norte. Ahora hay una brutal estabilidad en comparación con la época de las guerras chechenas, pero ha sido obtenida al coste de violaciones masivas y continuas de los derechos humanos. Las bombas de ayer siguen a la escalada del mes pasado de las acciones rusas contra los insurgentes en Ingushetia, que mataron al presunto líder del grupo que puso la bomba en el tren expreso entre Moscú y  San Petersburgo en noviembre. Los rebeldes debidamente amenazaron con represalias que ahora se han confirmado en el metro de Moscú. Después de todo la guerra sucia de Rusia no ha terminado. Y, como a menudo, el inocente es el primero en sufrir.

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